Bety huyó a Dallas con sus tres hijos como si el diablo la anduviera siguiendo.
La mujer de 28 años dice que su esposo es miembro de la brutal organización criminal mexicana conocida como los Zetas.
Su hijo de 8 años vio a su padre disparar en una balacera en un campo de futbol y dice que él también quiere matar gente.
Su hija de 10 años dice que su madre también debería matar, apuntarle con un arma a su padre.
Bety, quien pidió el anonimato, es una de miles de mexicanos desplazados por la violencia del narcotráfico en México.
Tantos mexicanos han huido que ahora son la segunda nacionalidad que más busca asilo en Estados Unidos, después de los chinos, de acuerdo a las Naciones Unidas.
En un periodo de cinco años sus peticiones de asilo se han triplicado ante las cortes y autoridades de inmigración federales.
En general el número de detenciones de mexicanos que cruzan la frontera ilegalmente están en niveles bajos históricos. Mucho más bajas son las probabilidades de que se concenda asilo a los mexicanos.
"Esta cuestión del asilo por mexicanos que huyen de la violencia de las drogas ya antes se había presentado, y en el Departamento de Estado lo ven con suspicacia porque sería como abrir las compuertas", dijo Vanda Felbab-Brown, catedrática de la Brookings Institution y estudiosa de asuntos de seguridad.
"Yo estaría por que se extendiera el asilo a aquellos que se hallan atrapados en el fuego cruzado".
Felbab-Brown señaló que hasta los iraquíes y afganos que trabajan con las fuerzas armadas de Estados Unidos batallan para poder entrar legalmente al país, a pesar de que se apartaron visas especiales para ellos.
El abogado de Bety en Dallas, Fernando Dubove, espera conseguirle status legal de acuerdo a las difíciles circunstancias de su llegada.
Bety no ha solicitado asilo, aunque el abogado no descarta esa opción.
La mujer, de menuda constitución y con mechones de cabello rubios, muestra una pila de fotos y recuenta una serie de abusos conyugales de que fue víctima y las cosas terribles que a veces dicen sus hijos.
Lo que más teme es que sus hijos queden trastornados por la violencia de que fueron testigos.
En una foto el padre de sus tres hijos presume una pistola con empuñadura negro y hueso y gatillo de oro. En otra muestra un tatuaje: Hecho en México.
Mientras enseña las fotos, sus cicatrices en una muñeca cuentan otra historia. Dice que con ella bloqueó un golpe que le propinó su esposo con una botella rota queriéndole cortar la cara.
La tensión en la pareja se fue acumulando a lo largo de una década, desde que él se la robó cuando tenía 14 años, relata.
Enseguida llegaron las golpizas, que se hicieron cada vez más frecuentes.
"Me pegaba, y los niños veían todo. Me pegaba mucho. Yo le decía a él 'sí' a todo".
Decidió cruzar el Río Bravo ilegalmente con la ayuda de un coyote que le cobró $10,000.
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